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domingo, 11 de febrero de 2018

Antonin Artaud

Toda escritura es cosa de chanchos, 

   
   Toda escritura es cosa de chanchos.
       Las personas que salen de la vaguedad para tratar de definir como quiera que fuere aquello que ocurre en su pensamiento, son unos chanchos.
       Toda gente de letras es chancha, y en particular la de este tiempo.
       Todos aquellos que tienen puntos de referencia en el espíritu, quiero decir, en cierto lugar de la cabeza, en puntos bien localizados de su cerebro, todos aquellos que son maestros de su idioma, todos aquellos para quienes las palabras tienen un sentido, todos aquellos para quienes existen alturas en el alma, y corrientes de pensamiento, pienso en sus tareas precisas, y en ese chillido de autómatas que lanza a los cuatro vientos su espíritu,
                 -son chanchos.
       Aquellos para quienes ciertas palabras tienen un sentido, y ciertas maneras de ser, aquellos que tan bien construyen maneras, aquellos para quienes los sentimientos pueden clasificarse y que discuten sobre un grado cualquiera de sus hilarantes clasificaciones, aquellos que creen todavía en los "términos", aquellos que remueven ideologías que han adquirido prestigio en su época, aquellos cuyas mujeres hablan tan bien, y también esas mujeres que hablan tan bien y que hablan de las tendencias de la época, aquellos que creen aún en una orientación del espíritu, aquellos que siguen caminos, que agitan nombres, que hacen gritar a las páginas de los libros,
       ésos son los peores chanchos.
       ¡Usted habla por hablar jovencito! 
       No, pienso en los críticos barbudos.
       Y ya se lo dije: nada de obras, ni de lengua, ni de palabras, ni de espíritu, nada.
       Nada sino un hermoso Pesa Nervios.
       Una especie de posición incomprensible y erguida en medio de todo el espíritu.
       Y no esperen que les nombre ese todo, en cuantas partes se divide, que les diga su peso, que prosiga, que me ponga a discutir acerca de ese todo y que, al discutir, me pierda y que me ponga así sin saberlo a pensar -y que se aclare, que viva, que se orne de una multitud de palabras, todas bien pulidas de sentido, diferentes todos, y capaces de revelar todas las actitudes, todos los matices de un pensamiento muy sensible y penetrante.
       ¡Ah! esos estados que nunca se nombran, esas situaciones anímicas eminentes, ¡ah! esos intervalos de la mente, ¡ah! esas minúsculas pifias que son el pan cotidiano de mis horas, ¡ah! ese pueblo hormigueante de impresiones -siempre las mismas palabras son las que me sirven y en verdad no tengo el aire de moverme mucho en mi pensamiento, pero en realidad me muevo en él más que ustedes, barbas de asno, chanchos pertinentes, maestros del verbo falso, levantadores de retratos, folletinistas, plantas bajas, herboristas, entomólogos, plaga de mi lengua.
       Ya les dije que no poseo más mi lengua, pero esto no es una razón para que ustedes persistan, para que ustedes se obstinen en la lengua.
       Vamos, dentro de diez años me comprenderán las personas que harán entonces lo que ustedes harían. Entonces se conocerán mis géiseres, se verán mis hielos se habrá aprendido a desnaturalizar mis venenos, se desovillarán mis juegos de almas.
       Entonces todos mis cabellos se habrán sumergido en la cal, todas mis venas mentales, entonces se divisará mi bestiario, y mi mística se habrá convertido en un sombrero. Entonces se verá humear las juntas de las piedras, y arborescentes ramos de ojos mentales cristalizarán en glosarios, entonces se verá caer aerolitos de piedra, entonces se verán cuerdas, entonces se comprenderá la geometría sin espacios, y se conocerá qué es la configuración del espíritu, y se comprenderá cómo perdí el espíritu.
       Entonces se comprenderá por qué mi espíritu no está allí, entonces se verá secarse todas las lenguas, desecarse todos los espíritus, volverse coriáceas todas las lenguas, y las figuras humanas se aplanarán, se desinflarán, como aspiradas por ventosas desecantes, y esta membrana lubrificante y cáustica, esta membrana de dos espesores, de múltiples grados, de una infinidad de lagartos, esta membrana vidriosa y melancólica, pero tan sensible, tan pertinente también, tan capaz de multiplicarse, de desdoblarse, de volverse con su reflejo de lagartos, de sentidos, de estupefacientes, de irrigaciones penetrantes y venenosas,
       entonces, todo esto será aceptado,
       y ya no tendré necesidad de hablar.

(Le Pèse-Nerfs, 1927.)

Noche

Los mostradores del cinc pasan por las cloacas,
la lluvia vuelve a ascender hasta la luna;
en la avenida una ventana
nos revela una mujer desnuda.
En los odres de las sábanas hinchadas
en los que respira la noche entera
el poeta siente que sus cabellos
crecen y se multiplican.
El rostro obtuso de los techos
contempla los cuerpos extendidos.
Entre el suelo y los pavimentos
la vida es una pitanza profunda.
Poeta, lo que te preocupa
nada tiene que ver con la luna;
la lluvia es fresca,
el vientre está bien.
Mira como se llenan los vasos
en los mostradores de la tierra
la vida está vacía,
la cabeza está lejos.
En alguna parte un poeta piensa.
No tenemos necesidad de la luna,
la cabeza es grande,
el mundo está atestado.
En cada aposento
el mundo tiembla,
la vida engendra algo
que asciende hacia los techos.
Un mazo de cartas flota en el aire
alrededor de los vasos;
humo de vinos, humo de vasos
y de las pipas de la tarde.
En el ángulo oblicuo de los techos
de todos los aposentos que tiemblan
se acumulan los humos marinos
de los sueños mal construidos.
Porque aquí se cuestiona la Vida
y el vientre del pensamiento;
las botellas chocan los cráneos
de la asamblea aérea.
El Verbo brota del sueño
como una flor o como un vaso
lleno de formas y de humos.
El vaso y el vientre chocan:
la vida es clara
en los cráneos vitrificados.
El areópago ardiente de los poetas
se congrega alrededor del tapete verde,
el vacío gira.
La vida pasa por el pensamiento
del poeta melenudo.
De “Oeuvres Completes” (Tome I)
Versión de Aldo Pellegrini

Los enfermos y los médicos
La enfermedad es un estado,
la salud no es sino otro,
más desagraciado,
quiero decir más cobarde y más mezquino.
No hay enfermo que no se haya agigantado, no hay sano que un buen día
no haya caído en la traición, por no haber querido estar enfermo,
como algunos médicos que soporté.
He estado enfermo toda mi vida y no pido más que continuar estándolo,
pues los estados de privación de la vida me han dado siempre mejores indicios
sobre la plétora de mi poder que las creencias pequeño burguesas de que:
BASTA LA SALUD
Pues mi ser es bello pero espantoso. Y sólo es bello porque es espantoso.
Espantoso, espanto, formado de espantoso.
Curar una enfermedad es criminal
Significa aplastar la cabeza de un pillete mucho menos codicioso que la vida
Lo feo con-suena . Lo bello se pudre.
Pero, enfermo, no significa estar dopado con opio, cocaína o morfina.
Y es necesario amar el espanto de las fiebres.
la ictericia y su perfidia
mucho más que toda euforia.
Entonces la fiebre, la fiebre ardiente de mi cabeza,
-pues estoy en estado de fiebre ardiente desde hace cincuenta años que tengo de vida-
me dará
mi opio,
-este ser-
éste
cabeza ardiente que llegaré a ser, opio de la cabeza a los pies.
Pues,
la cocaína es un hueso,
la heroína, un superhombre de hueso.
Ca itrá la sará cafena
Ca itrá la sará cafá
y el opio es esta cueva
esta momificación de sangre cava ,
este residuo de esperma de cueva,
esta excrementación de viejo pillete,
esta desintegración de un viejo agujero,
esta excrementación de un pillete,
minúsculo pillete de ano sepultado,
cuyo nombre es:
mierda, pipí,
Con-ciencia de las enfermedades.
Y, opio de padre a higa,
higa, que a su vez, va de padre a hijo,-
es necesario que su polvillo vuelva a ti
cuando tu sufrir sin lecho sea suficiente.
Por eso considero
que es a mí, enfermo perenne,
a quien corresponde curar a todos los médicos,
-que han nacido médicos por insuficiencia de enfermedad-
y no a médicos ignorantes de mis estados espantosos de enfermo,
imponerme su insulinoterapia,
salvación de un mundo postrado.
Publicado en “Les Quatre Vents”, N°8 (1947)
Versión de Aldo Pellegrini