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martes, 3 de abril de 2012

OCTAVIO PAZ POEMAS BIBLIOTECA AUPA

Octavio Paz

como quien oye la lluvia

Óyeme como quien oye la lluvia, 
no atenta, ni distraída, 
pasos leves, llovizna, 
agua que es aire, aire que es el tiempo, 
el día se va todavía, 
la noche aún no ha llegado, 
figuraciones de la niebla 
en el vuelta de la esquina, 
figuraciones del tiempo 
en el recodo de esta pausa, 
óyeme como quien oye la lluvia, 
sin oírme, oyendo lo que digo 
con los ojos abiertos hacia adentro, dormida 
con los cinco sentidos despiertos, 
llueve, pasos leves, un murmullo de sílabas, 
aire y agua, palabras que no pesan: 
lo que somos y son, 
los días y los años, este instante, 
tiempo sin peso, 
óyeme como quien oye la lluvia, 
relumbra el asfalto húmedo, 
vapor de agua se levanta y camina, 
la noche se abre y me mira, 
eres tú y tu talle de vaho, 
tú y tu cara de noche, 
tú y tu pelo, lento relámpago, 
cruzas la calle y entrar en mi frente, 
pasos de agua sobre mi los ojos, 
me escucha como quien oye la lluvia, 
el asfalto brilla, cruzar la calle, 
que es la niebla errante en la noche, 
es la noche dormida en tu cama, 
es el aumento de las ondas en su aliento , 
tus dedos de agua mojan mi frente, 
tus dedos de llama queman mis ojos, 
los dedos de aire abren los párpados del tiempo, 
una fuente de apariciones y resurrecciones, 
óyeme como quien oye la lluvia, 
que pasan los años, los momentos A cambio, 
¿me oyes los pasos en la habitación de al lado? 
no está aquí ni allá: los oyes 
en otro tiempo que es ahora, 
oye los pasos de tiempo, 
inventor de lugares sin peso, en ninguna parte, 


POESÍA


¿Por qué tocas mi pecho nuevamente? 
Llegas, silenciosa, secreta, armada, 
tal los guerreros a una ciudad dormida; 
quemas mi lengua con tus labios, pulpo, 
y despiertas los furores, los goces, 
y esta angustia sin fin 
que enciende lo que toca 
y engendra en cada cosa 
una avidez sombría. 

El mundo cede y se desploma 
como metal al fuego. 
Entre mis ruinas me levanto, 
solo, desnudo, despojado, 
sobre la roca inmensa del silencio, 
como un solitario combatiente 
contra invisibles huestes. 

Verdad abrasadora, 
¿a qué me empujas? 
No quiero tu verdad, 
tu insensata pregunta. 
¿A qué esta lucha estéril? 
No es el hombre criatura capaz de contenerte, 
avidez que sólo en la sed se sacia, 
llama que todos los labios consume, 
espíritu que no vive en ninguna forma 
mas hace arder todas las formas 
con un secreto fuego indestructible. 

Pero insistes, lágrima escarnecida, 
y alzas en mí tu imperio desolado. 

Subes desde lo más hondo de mí, 
desde el centro innombrable de mi ser, 
ejército, marea. 
Creces, tu sed me ahoga, 
expulsando, tiránica, 
aquello que no cede 
a tu espada frenética. 
Ya sólo tú me habitas, 
tú, sin nombre, furiosa sustancia, 
avidez subterránea, delirante. 

Golpean mi pecho tus fantasmas, 
despiertas a mi tacto, 
hielas mi frente 
y haces proféticos mis ojos. 

Percibo el mundo y te toco, 
sustancia intocable, 
unidad de mi alma y de mi cuerpo, 
y contemplo el combate que combato 
y mis bodas de tierra. 

Nublan mis ojos imágenes opuestas, 
y a las mismas imágenes 
otras, más profundas, las niegan, 
ardiente balbuceo, 
aguas que anega un agua más oculta y densa. 
En su húmeda tiniebla vida y muerte, 
quietud y movimiento, son lo mismo. 

Insiste, vencedora, 
porque tan sólo existo porque existes, 
y mi boca y mi lengua se formaron 
para decir tan sólo tu existencia 
y tus secretas sílabas, palabra 
impalpable y despótica, 
sustancia de mi alma. 

Eres tan sólo un sueño, 
pero en ti sueña el mundo 
y su mudez habla con tus palabras. 
Rozo al tocar tu pecho 
la eléctrica frontera de la vida, 
la tiniebla de sangre 
donde pacta la boca cruel y enamorada, 
ávida aún de destruir lo que ama 
y revivir lo que destruye, 
con el mundo, impasible 
y siempre idéntico a sí mismo, 
porque no se detiene en ninguna forma 
ni se demora sobre lo que engendra. 

Llévame, solitaria, 
llévame entre los sueños, 
llévame, madre mía, 
despiértame del todo, 
hazme soñar tu sueño, 
unta mis ojos con aceite, 
para que al conocerte me conozca.